
Al-lah Todopoderoso ordenó al Santo Profeta (sa):
“Recita en el nombre de tu Señor, Quien creó al hombre de un coágulo de sangre. ¡Recita! Y tu Señor es el Compasivo, Quien enseñó al hombre con la pluma, le enseñó lo que no sabía.”
(Sagrado Corán 96:2–6)
Los musulmanes están muy familiarizados con estos versículos del Sagrado Corán, ya que fueron los primeros versículos revelados al Profeta Muhammad (sa). Que estos versículos fueran elegidos como los primeros en ser revelados no fue una coincidencia, sino el Plan Divino de Al-lah, el Todopoderoso. La palabra árabe Iqra se traduce como “recitar”, pero sus otros significados son: leer, transmitir, proclamar o recopilar. Por lo tanto, el uso de esta palabra por parte de Al-lah Todopoderoso le indicó al Santo Profeta (sa) que estas palabras que le eran reveladas no solo eran para que las recitara y recopilara, sino también para que las transmitiera a otros. Este fue el comienzo de la revelación del Sagrado Corán, que duró más de 23 años, y también marcó el inicio del Islam. Estos versículos fueron de suma importancia y marcaron la pauta desde el principio: el Santo Profeta (sa) debía proclamar la unidad del Dios viviente, Quien creó todo y Quien, al otorgarles sabiduría, exaltó a los seres humanos sobre toda la creación.
¿Es diferente difundir la palabra de Dios que comercializar un producto o servicio? Si bien difundir la palabra de Dios tiene una causa superior e infinitamente más noble, ¿es tan diferente a comercializar o publicitar un producto o servicio con el objetivo de facilitar una transacción en la que alguien vende y alguien compra? Algunos dicen que la religión es el mayor «producto», si es que se le puede llamar así, jamás inventado: «Los mejores productos abordan problemas reales. Y la religión aborda algunos de los problemas más complejos de la vida. La religión ofrece a las personas un camino a seguir, ya sea al cielo, la reencarnación, la iluminación o a algún otro lugar. Proporciona algo en lo que creer, algo más grande que uno mismo, y una fuente externa de amor y verdad. Esas son propuestas de valor increíblemente sólidas (si las aceptas)» (1).
Uno podría tener un producto o servicio que salve vidas, pero sin una publicidad sofisticada y dirigida, este podría nunca llegar a su destinatario. De hecho, todo lo que compramos, incluso si es una necesidad, suele llegar a nuestro conocimiento a través de algún tipo de anuncio. El marketing y la publicidad se han vuelto omnipresentes en televisión, radio, vallas publicitarias, redes sociales, etc. Además, sin importar dónde vivamos, no podemos escapar de ellos, ya que el mundo se ha convertido en una aldea global y el marketing no tiene fronteras. Según un artículo de Brad Adgate publicado en la revista Forbes, tres importantes agencias de publicidad globales (Magna, Zenith y GroupM) pronostican que el mercado publicitario estadounidense para 2022 superará los 300 mil millones de dólares y el mercado publicitario mundial los 700 mil millones de dólares (3). Las empresas invierten cantidades astronómicas en publicidad porque comprenden su poderoso propósito y su retorno de la inversión. La publicidad no es un juego de adivinanzas, sino un enfoque sofisticado y científico para identificar al público objetivo de un producto o servicio en particular. Es innegable que las preguntas que responde la religión son mucho más importantes que las que responden la mayoría de los productos tecnológicos. En el gran esquema de las cosas, “¿Cómo automatizo mis correos electrónicos de marketing?” es trivial comparado con “¿Qué estoy haciendo con mi vida?” (2).
Ahora, vuelvo a mi pregunta: ¿Difundir la palabra de Dios es diferente a comercializar un producto o servicio? Al respecto, el Mesías Prometido, Hazrat Mirza Ghulam Ahmad (as), afirmó:
«Hacer el Bai’at (juramento de iniciación) significa entregar la vida a Dios Todopoderoso. Significa que hoy hemos vendido nuestra vida a Dios Todopoderoso» (Mirza Ghulam Ahmad, Malfuzat, vol. 7, págs. 29-30)
Difundir la palabra de Dios tiene un propósito mucho más elevado que vender bienes. Al compartir el mensaje del Islam con otros, esencialmente se les pide que participen en una transacción; si aceptan la palabra de Dios, se espera que vendan su alma.
Como musulmanes ahmadís, todos hemos oído hablar del estado del Santo Profeta Muhammad (sa) tras recibir la primera revelación de Dios Todopoderoso a través del ángel Gabriel. Quedó profundamente conmocionado, tanto que creyó que su vida corría peligro. Inicialmente, solo compartió su experiencia con su amada esposa, Hazrat Khadijah (ra), quien sin duda sabía que su esposo decía la verdad y que Dios le había hablado. Ahora, imagina la inmensa presión que se ejercía sobre el Santo Profeta (sa). No solo quedó petrificado por la visita de un ángel, sino que también se le dijo que era el Mensajero de Dios. Su misión era devolver a la humanidad a la adoración del Dios Único.
Surge la pregunta: ¿cómo transmitir este mensaje sin parecer loco o perturbado? Además, ¿cómo difundirlo por sí mismo? No había televisión, radio ni redes sociales; incluso viajar era arduo y requería mucho tiempo. Al respecto, Hazrat Mirza Bashir Ahmad (ra) escribe:
«Ahora que el Santo Profeta (sa) se había calmado, comenzó a invitar a la gente a la Unidad de Dios, el Altísimo, y a difundir enseñanzas contra el politeísmo. Al principio, el Santo Profeta (sa) no predicó su misión abiertamente; más bien, inició este proceso con sumo secreto y mantuvo sus enseñanzas restringidas a su círculo íntimo de amigos»
(Mirza Bashir Ahmad, MA, La vida y el carácter del Sello de los Profetas, vol. 1, pág. 171)
En términos de marketing actuales, este se consideraría tu mercado objetivo: personas a quienes conoces bien y que saben si eres una persona honesta y confiable. Hazrat Mirza Bashir Ahmad (ra) escribe además:
«Al principio, el Santo Profeta (sa) mantuvo su prédica en secreto durante aproximadamente tres años. Por ello, en esa época, no existía un lugar específico donde los musulmanes pudieran reunirse. En cambio, el Santo Profeta (sa) se reunía con los buscadores de la verdad que acudían como resultado de su predicación y con otros musulmanes en su casa o en las afueras de la ciudad. Este secretismo se mantuvo hasta tal punto que, en ocasiones, incluso los propios musulmanes desconocían la fe de los demás»
(Mirza Bashir Ahmad, MA, La vida y el carácter del Sello de los Profetas, vol. 1, pág. 179)
Hasta entonces, la mayoría de los jóvenes, las personas sin influencia y los esclavos habían aceptado el Islam; la nueva religión del Islam y su Profeta fueron objeto de burla, pero no se percibieron como una amenaza. En el cuarto año de su profecía, Al-lah Todopoderoso ordenó:
“¡Oh, Profeta! Declara abiertamente lo que se te ha ordenado.”
(Sagrado Corán 15:95)
Al oír esto, el Santo Profeta (sa) invitó abiertamente a todas las tribus de Quraish residentes en Makkah (anteriormente transliterada como La Meca) a adorar al único Dios y abandonar sus formas politeístas. El Profeta (sa) también recibió la orden de dar el mensaje a sus parientes cercanos. Pronto, el Profeta (sa) sintió la necesidad de establecer un centro donde los musulmanes y otros buscadores de la verdad pudieran reunirse y aprender; este centro fue conocido como Dar-e-Arqam (La Casa de Arqam). Durante los siguientes tres años, esta casa serviría como el centro para los musulmanes en La Meca. No fue hasta que la oposición en La Meca creció significativamente que el Profeta (sa) decidió transmitir el mensaje del Islam a la ciudad de Ta’if; sin embargo, allí se enfrentó a una fuerte oposición e incluso fue agredido físicamente y expulsado de la ciudad. El Profeta (sa) oró para que la gente se salvara, para que las futuras generaciones pudieran aceptar su mensaje.
En los años siguientes, el mensaje del Islam se extendería a Medina gracias a la migración de musulmanes de La Meca a Medina. Cuando el Profeta (sa) abandonó La Meca y ya no se le impedía predicar abiertamente, el Islam comenzó a crecer rápidamente por toda Arabia. Además de transmitir el mensaje del Islam, el Profeta (sa) prestó gran atención a la formación espiritual de sus compañeros (ra), así como de todos los que se unieron a él. Para aprovechar el conocimiento que había transmitido a sus compañeros, envió a sus eruditos compañeros a predicar el mensaje del Islam por todas partes. La religión del Islam comenzó a florecer en Arabia durante la vida del Profeta (sa); sin embargo, el Profeta (sa) no se detuvo allí. Envió cartas a numerosos gobernantes y líderes de todo el mundo invitándolos a aceptar el Islam, entre ellos el Emperador Romano Oriental Heraclio, Cosroes II de Persia, el rey Etíope/Abisinio Negus Armah y Ciro de Egipto.
El Santo Profeta Muhammad (sa) cumplió con esta enorme responsabilidad de transmitir el mensaje del Islam al mundo. Tenía cuarenta años cuando recibió la primera revelación y dedicó el resto de su vida a cumplir el mandamiento de Al-lah.
Quizás la siguiente descripción de la personalidad del Santo Profeta por Sir William Muir ayude a esclarecer cómo o por qué el Profeta Muhammad (sa) tuvo tanto éxito:
«Una característica notable fue la cortesía y consideración con la que Muhammad (sa) trataba incluso al más insignificante de sus seguidores. La modestia y la amabilidad, la paciencia, la abnegación y la generosidad impregnaban su conducta y cautivaban el afecto de todos a su alrededor...
(Sir William Muir, Vida de Muhammad, págs. 510-513)
La vida del Santo Profeta (sa) y su legado se pueden resumir con el siguiente versículo del Sagrado Corán:
“¿Y quién es mejor en palabra que quien invita a los hombres a Al-lah y a las buenas obras y dice: ‘Soy de los que se someten’?”
(Sagrado Corán 41:34)
Referencias:
- https://medium.com/@Julia_Lipton/was-religion-the-greatest-product-ever-invented-30541949a5a4 [Consultado: 20 de febrero de 2022]
- https://www.forbes.com/sites/bradadgate/2021/12/08/agencies-agree-2021-was-a-record-year-for-ad-spending-with-more-growth-expected-in-2022/?sh=597c4cac7bc6 [Consultado el 7 de febrero de 2022]
Traducido por Aroosa Zafar