El modo por el que el hombre puede expresar su relación con Dios
Voy a tratar la tercera cuestión; ¿Por qué medios puede el hombre expresar su relación con Dios? En otras palabras; ¿Cuáles son las obligaciones impuestas por Dios al hombre? Cada religión contesta a esta cuestión de forma diferente y, de hecho, existe mayor desacuerdo entre ellas respecto a tal cuestión que la que existe entre las dos cuestiones anteriores. El Islam responde, declarando que el hombre debe cumplir el objetivo de su creación, es decir, debe tratar de convertirse en un perfecto siervo de Dios y buscar su unión constantemente con El. Verdaderamente, tal es la única respuesta natural que puede darse. El Santo Corán dice; (Al-Mumin, v. 65-67):
“Al-lah es Quien ha hecho para vosotros la tierra como lugar de descanso y el cielo como medio de dependencia; os ha modelado en figuras y ha hecho excelentes vuestras formas y os ha suministrado provisiones sanas. Así es Al-lah, vuestro Señor. Bendito sea pues, Al-lah, el Señor de los mundos. Él es el Dios Vivo. No hay Dios sino Él. Rogadle, pues, siendo sinceros ante Él en la religión. Toda alabanza corresponde a Al-lah, el Señor de los mundos. Diles: “Se me ha prohibido adorar a quienes invocáis fuera de Al-lah, ya que me han llegado pruebas claras de mi Señor; y se me ha ordenado que me someta al Señor de los mundos”.
Estos versículos muestran, que además de la relación espiritual existente entre Dios y el hombre a la que me he referido antes, Dios exige también obediencia respecto a Sus mandamientos que atañen a aspectos materiales. Se deduce del Santo Corán que tales mandamientos son de diversos tipos; sin embargo me voy a referir únicamente a los que se tratan de la adoración, cuyo principal objeto es expresar individualmente la relación humana con Dios y que no afecta directamente a otros hombres. El Islam describe tales mandamientos en cinco categorías:
1) Salat o la oración
2) Zikr o el recuerdo de Dios
3) Ayunos
4) Peregrinación a la Meca
5) Sacrificios
En términos generales, todas las religiones ordenan estos actos de adoración, si bien existen diferencias en cuanto a la manera de ejecutarse. Existe, por el contrario, una tendencia actual a considerar tales actos como ceremonias inútiles, basándose en que Dios nunca deseó confinar al hombre a tales formalidades. Como resultado, los actos externos de adoración, no son tan usuales como solían ser y los fieles de otras religiones están renunciando progresivamente a ellos. El Islam, sin embargo, mientras por una parte continúa revelando nuevos aspectos de sus enseñanzas adecuadas a los requerimientos de cada época, por la otra posee la característica de que las enseñanzas recogidas en las palabras del Santo Corán son inalterables y permanentes, como un acantilado al que los rompientes nunca pueden desplazar de lugar. Como la Naturaleza, es capaz de descubrir nuevos tesoros, pero, también como la Naturaleza, sus leyes son inmutables, pues han sido diseñadas por un Ser que conoce lo oculto y lo futuro y las ha basado en la Verdad y la Sabiduría.
Sin duda, el corazón es el asiento de las emociones. Si se encuentra corrompido y vacío de sentimientos, la mera muestra de humildad y sinceridad externa no sirve de nada. Por el contrario, tal actitud sólo conduce a la oscuridad espiritual. El Santo Corán no sólo acepta este principio sino que pone especial énfasis sobre él. Dice (Al-Maun, v.5-7):
“Ay, pues, de aquéllos que oran, pero no se dan cuenta de lo que rezan. A quienes sólo les gusta ser vistos por la gente.”
De forma similar, habla de aquéllos que hacen obras de caridad para que se les vea y no con el corazón sincero: (Al-Baqarah, v. 265):
“Su caso es similar a una roca lisa, cubierta con tierra, sobre la que cae el aguacero, dejándola desnuda, lisa y dura…”
Tales individuos, en lugar de ganar recompensa alguna por su sinceridad, sólo se dañan a sí mismos por su falta de honradez. Por tanto, los simples actos externos de adoración, si no son acompañados de sinceridad en el corazón, resultan inútiles y son desaprobados por el Islam. El Islam requiere que además de la lengua y expresión corporal, el corazón ha de unirse en el acto de adoración. El Santo Corán y las Tradiciones del Santo Profeta (la paz y bendiciones de Dios sean con él) muestran claramente que la fe es perfeccionada por el corazón, la lengua y los miembros unidos en su proclamación. Un individuo cuyo corazón no acepta la verdad pero cuyos miembros y lengua declaran su fe en ella, es un hipócrita. De idéntica forma lo es una persona cuyo corazón acepta la fe pero cuya lengua y cuerpo contradicen a su corazón. La verdadera creencia es aceptada por el corazón y proclamada por la lengua y miembros.
Observemos cómo el rostro de un amante refleja una emoción peculiar cuando se menciona el nombre del objeto de su amor, en su presencia, o cuando aparece ante él, de tal forma que un extraño es capaz de percibir su amor. Igualmente, si bien nadie duda del cariño de los padres hacia sus hijos, aquéllos demuestran continuamente su afecto besando o acariciando a sus pequeños. Cuando dos amigos se encuentran, expresan su contento estrechándose ambas manos. Los europeos cuando se encuentran ante sus monarcas, se descubren y arrodillan. ¿Por qué se hace todo esto? ¿Por qué no basta en tales ocasiones el amor y la sinceridad en el corazón? No sería correcto afirmar que tal demostración física es necesaria para indicar los sentimientos propios al otro, que siendo un ser humano, es incapaz de adivinar nuestro verdadero estado emocional sin algún tipo de demostración. ¿No acariciamos a un niño o saludamos a un amigo con el objeto de expresar nuestro afecto por él? ¿No acarician los padres a un recién nacido o a un hijo, mientras duerme? Tal expresión de afecto es un acto involuntario y espontáneo, que no es dictado por alguna motivación previa.
Es imposible, por tanto, que un hombre que ama a Dios y siente verdadero anhelo de su presencia, no desee expresar su amor y añoranza a través de un acto externo. Este es el secreto de toda adoración. La adoración es el símbolo físico de la verdadera relación del hombre con Dios. Una persona que ama verdaderamente a Dios, a sabiendas que diariamente expresa su amor y afecto a los demás por signos externos, no puede objetar los actos externos de la adoración. Tales objeciones proceden de la falta de amor.
Esto sería suficiente explicación de los actos externos de adoración prescritos por el Islam; sin embargo, existen además, otros significados subyacentes. Uno de ellos es, según explica el Santo Corán, que los actos físicos influyen sobre el estado mental, y éste a su vez influye sobre la condición exterior del cuerpo. Dice; (Al-Hall v.33):
“Así es. Mas, quien respeta los Signos sagrados de Al-lah ello proviene, en verdad, de la piedad de los corazones.”
Se refiere a la acción del estado mental sobre el cuerpo. En otro lugar, la influencia de los actos físicos sobre la mente es referida en las palabras:
“No es así, pero lo que han ganado ha corroído sus corazones” (Tatfif, v. 15).
En principio, actúan en contra de la Verdad para conseguir objetivos materiales, con el resultado de que al fin desaparece de sus corazones el amor a la Verdad. Esta verdad, ha sido claramente comprobada por los estudios de la psicología. Leí hace algún tiempo en un Tratado de Psicología Americano, el caso de un profesor, considerado competente, al que le fue asignada la dirección de una institución. Sin embargo, fracasó posteriormente al mostrar falta de firmeza en decisiones referente a la disciplina y la administración. Un amigo, habiendo observado que habitualmente mantenía la boca abierta, le aconsejó que cuidara de cerrarla. Cuando así lo hizo, observó que ganaba día a día en firmeza y determinación y, con el tiempo, se convirtió en un administrador totalmente competente. En los incidentes ordinarios de nuestra vida diaria, observamos que las condiciones físicas constantemente influyen sobre la mente. Una persona que arruga la frente y muestra signos de ira, acaba sintiendo realmente enfado. Si conseguimos hacer reír de alguna forma a un individuo en el culmen de su ira, ésta desaparece automáticamente. Las lágrimas provocan tristeza mientras que la risa produce alegría. Manteniendo este principio, el Islam ha prescrito los actos externos de la adoración, como el Salat, etc., pues cuando el hombre adopta la apariencia externa de humildad y súplica, su corazón se inclina gradualmente hacia el amor, siendo conducido finalmente hacia Dios, de igual forma como un pedazo de hierro es atraído por un imán.
Otro significado implícito en los actos externos de adoración es que promueven un sentimiento general de amor y obediencia a Dios, los niños que aprenden a amar a sus hermanos y hermanas y a otros parientes observando a otras personas que hacen lo mismo. De haber sido confinados al corazón todos los sentimientos de amor y afecto y no poder expresarse externamente, no existirían sentimientos afectivos entre familiares, pues ¿Cómo podría saber un niño si sus padres amaban u odiaban a un individuo o a otros familiares? Es obvio, que sólo puede descubrirse a través de una demostración externa de los distintos tipos de sentimiento, que así se perpetúan de generación en generación gracias a tal expresión.
Por tanto, si no fueran prescritos signos externos para expresar el amor humano hacia su Creador, y si Su Majestad no fuera constante y repetidamente exaltada por medio de actos externos, las generaciones futuras que recibirían sus primeras impresiones por la conducta de sus padres, no concebirían los sentimientos de amor y sinceridad hacia Dios que se engendran por la observación constante de los símbolos externos de amor y respeto. Vemos cómo el ateísmo y la indiferencia hacia Dios inciden en aquéllos que crecieron indiferentes hacia las formas externas de adoración.
Igualmente, en la adoración física, aquellas partes del cuerpo humano que reciben especialmente los favores y bondades Divinas, pueden manifestar conjuntamente la gratitud de tales dones. Los favores Divinos abarcan al cuerpo igual que al alma, de tal forma que la adoración perfecta es aquélla en que el cuerpo y el alma se unen, pues sin tal combinación ni siquiera la oración espiritual puede mantenerse.
Es cierto, que la esencia y sustancia de la oración está en el corazón. La adoración corporal y la oración es como la envoltura, de manera que la sustancia no puede ser preservada sin esta envoltura adecuada. De destruirse la cubierta, la semilla se expone a ser dañada.
Habiendo dedicado atención al principio de que los actos físicos de adoración son indispensables para el progreso espiritual, voy a tratar de los actos específicos prescritos por el Islam a sus seguidores. El primero y principal de ellos es la Salat, a la que puede considerarse el alma de toda la adoración islámica. Cinco veces al día, el musulmán ha de presentarse ante Dios y adorarle de la forma prescrita. Debe realizar previamente el Wuzu, que supone que lave sus manos, cara, antebrazos y pies, de una manera precisa. Esto no sólo conduce a una limpieza y pureza física, sobre la que el Islam insiste, sino que tiene el efecto de “preservar” todas las vías por las que pueda entrar la distracción o interferencias, es decir, los cinco sentidos representados por los ojos, oídos, nariz, boca, manos y pies; los dos últimos como receptores del tacto. Por consideración de tiempo y espacio no puedo entrar en detalles, pero los que gusten de meditar sobre cuestiones espirituales, lo entenderán fácilmente. La misma palabra Wuzu indica ambos aspectos porque significa a la vez “limpieza” y “belleza”. La observación del Wuzu promueve la limpieza física, que es indispensable para la pureza espiritual, y convierte en bella a la Salat previniendo y evitando interrupciones o interferencias en los pensamientos del que ora, haciendo así posible, que éste alcance el verdadero objetivo de la oración.
Una vez realizado el Wuzu, el que ora dirige su faz hacia la Kaaba, recordando con esta actitud los sacrificios hechos por Abraham (la paz y bendiciones de Dios sean con él) en el camino de Dios y la inmensa bendición que obtuvo. A continuación repite determinados pasajes del Sagrado Corán. La primera parte de éstos están consagrados a la alabanza y adoración de Dios. Su corazón se vuelve rebosante de amor y anhelo, y se torna hacia Dios. En la segunda parte, confiesa que en cada paso a lo largo de su progreso espiritual depende de la ayuda y asistencia Divina, y percibiendo así su propio desamparo, se esfuerza en auto perfeccionarse y confiar totalmente en Dios. La tercera parte comprende plegarias y súplicas, que constituyen la esencia del Salat. A través de la oración, el hombre atrae la Gracia de Dios y mediante la unión del amor del hombre con el amor de Dios en la oración, se siembra la semilla de una creación espiritual nueva de la misma manera que un nuevo ser físico surge a la vida mediante la unión de un varón y una hembra.
En resumen, Salat posee tantos beneficios espirituales, que la razón humana queda totalmente admirada. Sin embargo, para ser eficaz debe desarrollarse en la forma y condiciones que prescribe el Islam.
Los actos externos prescritos por el Islam para la observación de la Salat, no carecen de significado. A lo largo del curso de la Salat, el practicante debe, en distintas etapas, permanecer con los brazos plegados, inclinado con las manos sobre las rodillas, manteniéndose firme con los brazos extendidos, postrado en el suelo y sentado con las piernas flexionadas. Todos estos movimientos son símbolos de total humildad y sumisión entre los distintos pueblos. En algunas naciones, la gente expresa sumisión completa permaneciendo de pie con los brazos flexionados, en otros pueblos permaneciendo con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. En el Antiguo Egipto, el inclinarse colocando las manos sobre las rodillas era signo de gran respeto. En la India la postración era común y en ciertos lugares de Europa, arrodillarse se consideraba un símbolo de reverencia. El Islam ha combinado todos estos símbolos en su modo de oración.
El Islam ordena que la Salat se realice ordinariamente en congregación, de forma que el espíritu de hermandad sea fomentado. Bajo este precepto, el monarca ha de colocarse hombro a hombro con su más insignificante súbdito para realizar la Salat. Este llamativo hecho, ofrece una prueba viva de que la Salat es una realidad y no una mera forma. Todos los congregados se percatan de que permanecen en una Audiencia ante la que incluso un monarca debe abandonar su cetro y convertirse en un simple siervo junto a sus súbditos.
Se critica en alguna ocasión a la Salat islámica diciendo que se trata de un simple modo de regateo con Dios ya que se realiza con la esperanza de recibir algo a cambio de su ejecución. Esto es exactamente lo contrario a la verdad. El Islam es la única religión que repudia tal idea. Enseña que los actos de adoración prescritos no son las demandas egoístas de un hombre materialista. Su primer objeto es reconocer los favores y bondades de Dios y darle Gracias por ellas. Sin esto, un hombre no merece ser llamado como tal. Como dice el Santo Corán; (Al-Baqarah v. 153):
“Acordaos, pues, de Mi y Yo me acordaré de vosotros y sed agradecidos y no ingratos conmigo”.
Muestra que el objetivo de la adoración es rendir Gracias y buscar el desarrollo espiritual. En otro lugar dice, (Al-Ankabut v.46):
“En verdad, la oración preserva a la persona de la obscenidad y del mal manifiesto”.
El Santo Profeta (la paz y bendiciones de Dios sean con él) fue preguntado en una ocasión por qué era tan constante en sus oraciones y contestó: ¿No debo ser siervo agradecido del Señor? Asimismo, el Santo Corán dice respecto a la Salat; (Al-Rad v. 29):
“En el recuerdo de Al-lah es en lo que los corazones pueden hallar sosiego”.
A través de la Salat se llega a la certidumbre del conocimiento que disipa toda la duda. Por ello, Salat es el medio del progreso espiritual, de la misma manera en que existen otros medios para la consecución de diferentes objetos en la vida material.
En resumen, la institución de la Salat se basa en profundas verdades y combina tantas excelencias que ninguna otra religión se encuentra en situación de proclamar algo similar en los actos de la adoración por ella prescritos. Satisface el objeto de la adoración en todos sus aspectos y es el único medio para crear la virtud. Aquéllos que imaginan poderlo lograr sin actos externos de adoración incurren en un grave error. ¿Quién puede creer que, mientras que Abraham con su rectitud, Moisés con sus sacrificios, Jesús con su humildad y mansedumbre y Mohammad (la paz y bendiciones de Dios sean con ellos) con su excelencia y perfección, no pudieron prescindir de tales actos de adoración y no se conformaron con la sola adoración de su corazón, la gente ocupada en asuntos mundanos mañana y noche, y que no son capaces de tener un pensamiento dedicado a Dios, pueda prescindir de ellos y limitarse al mero recuerdo interno de Dios?. La idea de que la adoración externa es un simple asunto de forma y no tiene un beneficio real, es resultado de la pereza. Surge sólo para acallar la voz de la conciencia. Es el pretexto en el que mucha gente trata de ocultar su falta de fe.
El segundo modo de adoración prescrito por el Islam es el Zikr, o recuerdo de Dios. El Salat, que debe ser realizado de una manera determinada y sujeta a ciertas condiciones, se encuentra limitado a períodos de tiempo definidos. Sin embargo, al igual que el cuerpo necesita agua o humedad en intervalos breves de tiempo y comienza a sentirse seco y cansado sin ella, el alma permanece en estado de necesidad constante de refrescamiento espiritual, pues corre el riesgo de morir por inanición mientras el hombre se encuentra ocupado en propósitos materiales. El Islam enseña al hombre, por tanto, que debe evocar y reflexionar sobre los distintos atributos Divinos, en medio de sus asuntos y preocupaciones, de forma que su atención no quede totalmente captada por las cuestiones mundanas y el recuerdo y amor a Dios continúe refrescando constantemente su alma como manantial. Los beneficios del Zikr son similares a los de la Salat.
El tercer modo de adoración prescrito por el Islam es el ayuno. Esta forma de adoración es común a la mayoría de las religiones, pero la forma en que el Islam lo ha ordenado es diferente a éstos. El Islam ordena a todo musulmán adulto la obligación de guardar ayunos durante un mes cada año. A aquéllos que padecen enfermedad temporal y a quienes viajan durante el mes de ayuno, se les permite ayunar en otro momento del año, un número igual de días. Los que sufren una alteración orgánica permanente, son ancianos, o se encuentren demasiado débiles para ayunar, se encuentran exentos del mismo. Quienes ayunan se abstienen de ingerir comida o bebida de ningún tipo así como mantener relaciones sexuales desde la salida hasta la puesta del sol. Es deseable que sea tomado algún tipo de desayuno antes de la puesta del sol, de manera que el cuerpo se abstenga de padecer innecesariamente. Además, un ayuno continuo de veinticuatro horas no lo aprueba el Islam. El Santo Corán describe el objeto del ayuno; (Al-Baqarah v. 186):
“Al-lah desea daros facilidades y no desea para vosotros lo difícil, y que completéis el número de días y ensalcéis a Al-lah por haberos guiado y para que seáis agradecidos”.
En otras palabras, por una parte, el eludir la necesidad de preparar e ingerir el alimento, y disponiendo de más tiempo, el hombre debe prestar mayor atención a los asuntos espirituales y recordar a Dios con más frecuencia. Por otra parte, el tormento del hambre y la sed ayuda al hombre a darse cuenta del verdadero valor de los favores y bondades Divinos que normalmente disfruta, de forma que se vuelve más agradecido a Dios.
El hombre no valora adecuadamente lo que posee y sólo conoce el verdadero valor de algo cuando lo pierde. La mayoría de la gente no se percata de que la vista es una gran bendición de Dios, pero cuando pierde este sentido reconoce su valor. De igual manera, cuando el hombre se abstiene de la comida y bebida durante el ayuno y sufre de hambre y sed, comienza a darse cuenta de cuántas comodidades Dios le ha rodeado y de que debe emplear una vida tan bendecida en ocupaciones buenas y útiles, y que no debe malgastarla en propósitos triviales.
Igualmente, Dios declara que el objeto del ayuno es que el hombre llegue al estado de Taqwa (Al-Baqarah v.184). La palabra Taqwa se usa en el Santo Corán en tres acepciones. Significa seguridad contra el dolor y sufrimiento, seguridad contra el pecado y la consecución de un elevado estado espiritual. El ayuno promueve todo esto. A primera vista parece paradójico decir que el ayuno salva al hombre del sufrimiento, puesto que el ayuno impone cierta cuantía de padecimiento. Sin embargo, una breve consideración muestra que el ayuno enseña lecciones al hombre que asegura su bienestar a nivel de nación. La primera lección es que un hombre rico, que nunca sufrió hambre o privación y que, por tanto, no puede darse cuenta de los sufrimientos de sus hermanos más pobres, comienza a percatarse por el ayuno de lo que es el hambre, y de lo que los pobres han de sufrir. Esto provoca en su mente una simpatía activa hacia el pobre que puede expresarse en medidas consagradas a disminuir el índice de pobreza, resultado en un incremento del bienestar de la nación. Es obvio que el bienestar de la nación está ligado al bienestar del individuo. Otro aspecto del ayuno se refiere a que el Islam busca desalentar en sus fieles la tendencia a la pereza e indolencia, así como la falta de disposición para cargar con penalidades o dificultades. Desea que encuentren dispuestos a soportar todo tipo de privaciones e inconveniencias en tiempo de necesidad. Los ayunos habitúan a los musulmanes a padecer hambre y sed, y a controlarse en sus pasiones y deseos, de tal forma que quienes llevan a la práctica con sinceridad este mandamiento, nunca incurren en la pereza o abandono.
El ayuno protege contra el pecado, porque el pecado nace de la inclinación a la indulgencia material. Cuando uno se acostumbra a un tipo de conducta es difícil renunciar a ella. Sin embargo, el que es capaz de abandonar un hábito o forma de actuar a voluntad, nunca se convierte en su esclavo. El hombre que, para llegar a Dios, abandona durante un mes entero todo tipo de placeres materiales, y aprende a ejercitar el control y la disciplina, puede con facilidad vencer a las tentaciones que conducen al pecado.
Asimismo, al tener que madrugar temprano durante el mes de ayunos para tomar su alimento, obtiene nuevas oportunidades para la oración y adoración, que le ayudan a adelantar en el camino de progreso espiritual. Cuando sacrifica su facilidad y confort por causa de Dios, El fortalece su espíritu y le acerca hacia Sí mismo.
La cuarta forma de adoración establecida por el Islam es la peregrinación a la Meca. Sus principales objetos son similares a los de Salat y los ayunos, es decir, acostumbrar al hombre a dejar su hogar y país, sufriendo la separación de familiares y amigos por causa de Dios. Aparte de esto, el Santo Corán adscribe a la peregrinación un objeto peculiar. La peregrinación a la Meca es un símbolo de respeto mostrado a los lugares donde fue manifestada la Voluntad Divina y recuerda a la gente los incidentes conectados con tal manifestación.
Les recuerda el hecho de que Ismael fue dejado por Abraham en el desierto; y cómo quienes se sacrifican en el camino Divino, son honrados y protegidos, y a su vez fortalecen su fe en el Poder y Fuerza de Dios. Asimismo, al encontrarse el peregrino cerca del lugar que, desde principios del mundo, fue consagrado a la adoración de Dios, experimenta una peculiar asociación espiritual con aquéllos que a lo largo de siglos se unieron para el recuerdo y amor a Dios, entre los que a sí mismo se incluye.
Aparte de esto, la peregrinación encierra un gran objetivo de índole político. Al reunir a los musulmanes de todas las zonas de la Tierra una vez al año, hace posible el intercambio de opiniones y la renovación y establecimiento de relaciones de amor y fraternidad. Tienen la oportunidad de informarse de los problemas respectivos y de afrontarlos en las diferentes naciones, o de beneficiarse de la experiencia de los demás, así como de planear métodos de cooperación colectiva. Siento señalar, no obstante, que en el presente no se está adquiriendo ventaja alguna de este aspecto de la peregrinación.
El quinto modo de adoración prescrito por el Islam es el sacrificio. Son mucha la gente que no entiende el significado del sacrificio islámico. Imaginan, que se supone del animal, que aleja los pecados del que realiza tal sacrificio. Tal concepción respecto de las enseñanzas islámicas al respecto es totalmente errónea. El equivalente en árabe de la palabra “sacrificio” deriva de una raíz, cuyo significado es “cercanía”. El sacrificio es un símbolo, cuya interpretación es responsable de la concepción errónea que la gente tiene de él. En tiempos antiguos el lenguaje de los símbolos era de uso común y el desarrollo del lenguaje escrito y hablado, así como todo tipo de literatura, no ha impedido que en la actualidad los símbolos sean empleados y aceptados de manera externa en la comunicación de pensamiento e ideas, especialmente en cuestiones sociales. Dos amigos, por ejemplo, cuando se encuentran, se estrechan la mano, sin que nadie cuestione la propiedad o no propiedad de tal acción, ni a nadie se le ocurre analizar los sentimientos que ésta encierra. Es un símbolo heredado de tiempos pretéritos y, aunque se desconoce su origen, es considerado como una de las prácticas sociales más útiles al expresar y promover relaciones de amistad y hermandad. En tiempos antiguos, cuando dos hombres pactaban una alianza defensiva y ofensiva, solían estrecharse las manos para significar que a partir de aquel momento, la mano de uno sería la mano del otro, y que por tanto, serían aliadas, pelearían y se defenderían juntos. A lo largo del tiempo, esta ceremonia simbólica se convirtió en emblema de la expresión de afecto y amistad, de forma que hoy día nadie sería capaz de abolirlo. De igual forma el beso significa simbólicamente el deseo de la naturaleza animal de incorporar a la persona besada dentro de sí y convertirse en uno con ella. Este y otros símbolos son usados constantemente y de modo útil en nuestras vidas diarias. El sacrificio es también uno de tales símbolos. Si meditamos un poco, vemos que no es insignificante sacrificar una vida, y su realización deja lugar a una profunda impresión en la mente; exceptuando a aquéllos que están acostumbrados a hacerlo. Algunas personas escrupulosas llegan a condenar al sacrificio como acto de crueldad. Sin duda alguna, remueve los sentimientos de forma poderosa, y es por esta razón por lo que se ha señalado como forma de adoración. El hombre que ofrece un sacrificio, declara en lenguaje simbólico que, al igual que el animal, que es inferior y ha sido sacrificado para él; de ser requerido, está prestamente dispuesto a entregar su propia vida, por lo que es más valioso que su propia existencia.
El hombre que entiende el verdadero significado del sacrificio, queda profundamente afectado en el momento que lo ofrece, y recuerda vívidamente su significado y la responsabilidad que sobre él recae. Recordará posteriormente, siempre, que las cosas inferiores han de ser sacrificadas por las superiores y que debe estar dispuesto a sacrificarse a sí mismo en el Servicio de la Verdad o de la Humanidad. El Santo Corán se refiere a este significado del sacrificio cuando declara; (Al-Hall v.38):
“No es su carne la que llega a Al-lah, como tampoco su sangre, sino que es vuestra piedad la que llega a El”.
Es decir, vuestros sacrificios sólo os beneficiarán si cumplís el objeto que encierran. Si no lo hacéis así, simplemente habréis matado a un animal al igual que lo hacéis con el propósito de alimentaros sin obtener nada por ello.
Esto muestra que el sentido del sacrificio en el Islam es totalmente distinto al que tiene en otras religiones, y que el Islam ha preservado el objeto que contiene este símbolo, mientras que otras doctrinas lo perdieron de vista o inventaron nuevos propósitos.